Especialmente en narrativa, un recurso literario habitual es introducir el relato como proveniente de un autor anterior, más o menos anónimo. No es éste el caso: la inspiración de este relato me asaltó al leer el anuncio de la introducción de una tributación mínima en el Impuesto sobre Sociedades, justificada, al menos en parte, por el bajo tipo efectivo de tributación observada, principalmente en las grandes empresas. El relato se inspira en la tradición literaria de las fábulas y parábolas, por lo que resulta casi innecesario advertir que a través de él pretendo deslizar un juicio de valor, que no tiene por qué compartirse.
Érase una vez un condado, Ovinia, famoso por sus quesos, hechos por diversos granjeros de la región, con arreglo a métodos tradicionales y con leche de sus propias ovejas. Llevaban sus quesos a los mercados locales de diversos pueblos del condado, por lo que tenían que pagar 10 reales por cada queso vendido. Aun descontando gastos y sueldos, el conde obtenía una bonita renta todos los años.
En algún momento, los granjeros empezaron a vender también sus quesos en los condados vecinos, aprovechando primero los desplazamientos por la trashumancia y luego instalando granjas a cargo de familiares y personas de confianza. Lógicamente, en esos condados existía también un impuesto sobre los quesos vendidos, similar al del condado original.
Algo después, se llevó a cabo un censo de todas las granjas del reino, lo que permitió al conde que gobernaba Ovinia, conocer el total de ovejas que cada granjero tenía en todo el reino. Uno de sus consejeros le hizo notar que el número de quesos sobre los que recaudaba el impuesto no se correspondía con la cabaña de ovejas asignada a los granjeros que tenían granjas en su condado, por lo que ordenó a su tesorero y alguaciles que comprobasen cuántos quesos podían producirse a partir de la leche de una oveja. Estos determinaron que unos 50 al año, como media, lo que equivalía a 500 reales anuales por oveja.
Esto le enfureció: sus granjeros le estaban engañando, puesto que, según los cálculos realizados por los secretarios, la recaudación obtenida en su condado era de 300 reales por oveja. En consecuencia, ordenó a sus recaudadores que debían exigir 500 reales por cada oveja censada a nombre de cada granjero.
Los comportamientos de los granjeros fueron diversos. Algunos, que vendían todo el queso producido sólo en Ovinia, no se vieron afectados, al menos inicialmente, por la medida, ya que lo que ahora se les exigía era lo mismo que ya venían pagando.
Los problemas aparecieron para los que vendían quesos en otros condados, ya que se veían obligados a pagar impuestos sobre los mismos quesos en dos condados, como mínimo, dado que Ovinia venía a gravar todos los quesos, tanto si eran vendidos en Ovinia como en otros condados, en los que también se pagaban impuestos sobre los quesos que se vendían en ellos. Las situaciones y reacciones de los granjeros fueron también diversas:
- Algunos, que realmente tenían más ovejas de las que figuraban en el censo, pudieron pagar el impuesto exigido, aunque a regañadientes. Tuvieron que apretarse algo el cinturón, pero pudieron mantenerse con cierta holgura.
- Otros trataron de acatar y cumplir las nuevas exigencias. Así, por ejemplo, un granjero que vendiese en otros condados el 50% de su producción de quesos, venía a tributar, respecto del total de quesos vendidos, 15 reales por queso. Para hacer frente a este mayor pago de impuestos, hubo de vender parte de sus ovejas, por lo que al año siguiente produjo menos quesos, lo cual no sólo no arreglo el problema, sino que lo agravó, ya que tenía que subsistir con menores ingresos. Finalmente, algunos vendieron las granjas y cambiaron de profesión o de condado, o de ambas cosas, pero los que trataron de continuar, acabaron en la ruina, y con ellos sus criados, pastores y ayudantes.
- Hubo también granjeros que traspasaron sus granjas en otros condados a familiares, amigos o terceros, a cambio de un alquiler. De esta forma, cada granja vendía sus quesos sólo en el condado en el que estaba situada, evitando así la doble o triple tributación. Los alquileres recibidos por el granjero de Ovinia original, le ayudaron durante un tiempo a mantener un nivel de vida similar al de antes.
Ocurrió que en uno de los condados limítrofes, Optimia, el conde estableció un sistema similar al de Ovinia, con una diferencia: del impuesto calculado a la producción total de quesos permitió deducir los impuestos pagados en otros condados por las ventas de quesos realizados por ellos, a condición de que el granjero residiera en su condado.
La historia de Ovinia y Optimia siguió cursos muy distintos. En Ovinia, los granjeros productores de quesos afectados trataron de recuperar el mayor pago de impuestos subiendo los precios, lo cual les hizo menos competitivos, dando lugar a una disminución de sus ventas, lo que dio lugar al cierre o traslado de granjas. Al final, ello condujo a su vez a un empobrecimiento de Ovinia, y el conde terminó recaudando menos que antes.
Por el contrario, Optimia atrajo a nuevos granjeros, lo cual se tradujo en un crecimiento de este sector. Los nuevos granjeros llegados emplearon sus excedentes en inversiones y compras en Optimia y al dirigir sus negocios desde allí tuvieron un mejor conocimiento de las oportunidades de diversificar sus negocios, entrando en el mercado de la lana, que contribuyó aún más a la riqueza y bienestar de Optimia. Y, por supuesto, el conde de Optimia terminó recaudando más y ampliando su influencia en el reino.
Sólo espero que estas líneas hayan servido de una introducción amena y sencilla a un tema que, en forma más técnica, suele resultar duro y aburrido. El lector es libre de imaginar otros comportamientos y escenarios y de extraer sus propias conclusiones.
Jesús Quintas
Senior Counsellor, Equipo Económico