Los impuestos selectivos están de moda y se “colocan en el mercado” con facilidad, apelando a muy diversas sensibilidades sociales como son: cambio climático, medio ambiente, lucha contra la contaminación, conservación de la naturaleza, situaciones de privilegio y control de las grandes corporaciones, redistribución y función social de la riqueza y situaciones de privilegio de algunos sectores o empresas (financieras, digitales, etc.), entre otras justificaciones.
El planteamiento es bien sencillo: establezcamos unos impuestos que recaigan sobre los agentes económicos responsables (sospechosos, cuando no culpables, habituales): las empresas (cuanto más grandes, mejor) y grandes fortunas. Establezcamos unos impuestos específicos que sólo tengan que pagar ellas, sin que nos cueste nada a nosotros. Votamos que paguen ellos, y nos vamos a la cama contentos de haber contribuido a arreglar el mundo sin que nos cueste un euro o un mínimo esfuerzo (de hecho, hemos delegado nuestro voto), y de que la sociedad disponga de mayores recursos para construir un mundo mejor.
Pero, cuando nos despertamos …
Mientras nos preparamos el desayuno, repasamos el correo recibido los últimos días y que no habíamos tenido tiempo de leer. ¡Caray! ¡Cómo ha subido el recibo de la luz! Lo comparamos con el anterior y vemos que aparece un nuevo concepto o recargo, que no es el IVA; puede que incluso llamemos a la empresa suministradora para pedir una explicación: es que se acaba de aprobar un nuevo impuesto sobre el consumo de electricidad (ese que habíamos aplaudido y votado). Lo liquida e ingresa la empresa suministradora, pero se traslada al precio del suministro.
Abrimos el ordenador y, entre otras cosas, repasamos nuestra cesta de la compra o la lista de deseos de alguno de nuestros “almacenes virtuales”, a ver si nos decidimos cuál es la mejor opción de algunos de los artículos que hemos mirado los últimos días. ¡Caray! Todos los artículos han subido de precio; unos directamente, otros indirectamente, a través de los gastos por pedido o envío. Un aviso nos aclara que se debe a que se acaba de establecer un impuesto sobre determinados servicios y actividades digitales a cargo de esos “almacenes virtuales” pero, como ellos necesitan mantener sus márgenes y resultados para atender sus compromisos con empleados, proveedores, financiadores y socios, se ven obligados a trasladarnos, siquiera parcialmente, el coste adicional que supone ese impuesto (que habíamos aplaudido y votado).
Aprovechando que es fin de semana y para apartar nuestro malhumor, hacemos un pequeño recorrido controlando nuestros biorritmos y, al terminar, nos disponemos a tomar una bebida isotónica o, simplemente, una botella de agua. ¡Caray! También ha subido de precio. “No me irás a decir que también ha subido el precio del agua y de las bebidas que reponen nuestros electrolitos”, inquirimos con un cierto sarcasmo al dueño del quiosco. “Efectivamente”, nos aclara. “No han tenido mejor ocurrencia que establecer un nuevo impuesto sobre estas bebidas, para combatir los daños ecológicos de los plásticos y latas de los envases y el consumo excesivo del agua, que es un recurso escaso que tenemos que administrar. Ese impuesto (que habíamos aplaudido y votado) lo ha liquidado e ingresado la empresa fabricante o distribuidora y, como quizá ahora empecemos a entender la lógica, nos lo ha trasladado a nosotros.
Por cierto, estamos buscando una nueva casa, así que estamos pensando en liquidar los pequeños ahorros que teníamos invertidos en algunas empresas. ¡Caray! Al calcular cuánto nos quedará neto de gastos y comisiones, vemos que también han subido. Esta vez nos acordamos de inmediato de que se ha establecido hace poco un impuesto sobre las operaciones de venta de acciones (que hemos aplaudido y votado).
… el dinosaurio seguía ahí, y se había hecho más grande.
Jesús Quintas
Senior Counsellor, Equipo Económico