Si bien el intercambio comercial de la región con Rusia y Ucrania es bajo (representa menos del 1,5% de las exportaciones e importaciones totales de bienes de las principales economías latinoamericanas), lo cierto es que los mayores efectos del conflicto no son directos, sino que provienen de las consecuencias indirectas de esta crisis muchas de las cuales resultan hoy todavía difíciles de cuantificar.
Por lo pronto, los precios de las materias primas se han disparado, especialmente el petróleo, el gas, los productos agrícolas y los metales. Y, si nos limitamos a evocar lo que sugiere la historia “cuando los precios de commodities son altos a Latinoamérica le va bien” en seguida se piensa en un conjunto de efectos positivos asociados a los mayores ingresos (y el mayor alivio fiscal) que representa el salto en los precios de commodities para países que son exportadores netos (de petróleo como Colombia, Ecuador, o México); y/o de cereales y oleaginosas como Brasil o Argentina. Así, por ejemplo, en el caso de Colombia, se estima que de mantenerse el crudo en USD90, se podrían recaudar $15 billones extra, ¡toda una tributación completa!
Sin embargo, las cosas son más complicadas. La suba de precios viene asociada a más inflación (que se suma a una que venía muy elevada) y probablemente menor crecimiento para una región que viene saliendo de la pandemia más empobrecida y desigual de lo que ya era y que enfrenta un clima de creciente descontento político y social.
El costado inflacionario es sin dudas la mayor preocupación. Estamos en presencia de un aumento de precios originado en empuje de costos y no en un boom de demanda. Y esa es la peor combinación (inflación + tendencias recesivas), porque en estos casos lo que sufre es el empleo. Con un agravante: la presión de costos sobre la inflación se ve reforzada por los problemas en las cadenas de suministro que ya estaban complicadas por la pandemia y que ahora se agrava por la guerra y las sanciones. Y en este escenario tenemos otro problema: el actual rebrote de Covid en China podría trabar aún más la oferta de insumos.
Para controlar la inflación, ya previo al conflicto bélico, los bancos centrales de la región venían subiendo aceleradamente las tasas de interés. Y ahora es probable que deban profundizar la estrategia. La mayor suba de tasas acotará probablemente la presión para depreciar las monedas regionales en un contexto de la menor entrada de capitales a la región que acompañará la normalización monetaria en EE. UU. Pero será un lastre para la actividad y la demanda interna.
Estamos ante un riesgo real de mayor ralentización de la dinámica económica, que no venía siendo tampoco muy auspiciosa para la región. Nuestras proyecciones apuntan a una suba del PBI regional en torno a 1,8% en 2022 (vs 6,2% en 2021). Pero los temores por un escenario de estanflación han crecido, sobre todo cuando se miran los guarismos actuales de inflación global y en particular en EE. UU. Allí la inflación ronda el 8% y podría subir algo más los próximos meses, no tan lejos del 11% que registró Estados Unidos en la segunda crisis del petróleo.
Los impactos de corto plazo no se limitan a lo económico. Esta suba de precios es corrosiva para los gobiernos que ya previo a la guerra venían siendo foco de un enorme descontento en casi todos los países, donde los oficialismos no tuvieron su mejor performance cuando se presentaron a elecciones. En el caso de Chile con las protestas sociales previas a la pandemia, al igual que en Perú con las destituciones de ya dos presidentes en los últimos años, sumado a los casos de Colombia y Ecuador, donde los estallidos se dieron principalmente durante la pandemia. En este sentido, una aceleración de la inflación liderada por alimentos y energía es difícil de procesar políticamente. Si bien los márgenes de tolerancia (y maniobra) difieren en cada país, lo cierto es que no pueden descartarse, como advirtió el propio FMI, crecientes focos de conflicto social en cualquier momento y en cualquier lugar.
Mirando un poco más allá del corto plazo será clave evaluar, tanto para la política económica como para las decisiones de los negocios, la duración de los shocks internacionales asociados a la guerra. Si fuéramos a un conflicto “largo” que deje precios de commodities más elevados por un tiempo prolongado sin dudas el valor de los activos latinoamericanos subirá (tierra, stock de reservas hidrocarburíferas convencionales y no convencionales). O sea, nuestro sector transable valdrá más y las oportunidades de inversión allí se acrecentarán. El efecto riqueza aumentará la demanda agregada y el nivel de actividad. El Estado recaudará más y países como la Argentina con restricción externa podrían sentir un alivio en su frente externo.
La región también podría sacar provecho de la reconfiguración de las relaciones comerciales y de inversiones derivadas de las tensiones geopolíticas entre Occidente y Rusia. Así, por ejemplo, una Europa que busca reducir su dependencia de “eje del Este” puede ser una oportunidad para revitalizar el acuerdo UE- Mercosur, abriendo las puertas para el ingreso de agro-alimentos y otros productos de la región.
La historia está en desarrollo y las aristas de posibles consecuencias del conflicto múltiples, incluso hay quienes hablan del nacimiento de un nuevo orden monetario global -Bretton Woods III con un sistema dólar euro debilitado, un yuan fortalecido y un occidente inflacionario por tiempo prolongado. Lo que es seguro que es que cualquier oportunidad para la región que se abra en un mundo donde las commodities puedan importar más, requerirá de catalizadores para materializarlas. Y entre ellos sin dudas será clave una agenda regional comprometida con procesos de reformas estructurales que, pandemia y tensiones políticas y sociales mediante, han quedado olvidados.
Dante Sica
Ex ministro de Producción y Trabajo de Argentina
Socio fundador de ABECEB